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Los superhéroes argentinos de los noventa

Como ya analizamos alguna vez, las revistas argentinas de antología entraron en una fuerte crisis que las llevó a perder muchísimo público y a desaparecer totalmente. Este proceso comienza a vislumbrarse a fines de la década del ochenta, atraviesa toda la década del noventa y recibe su tiro de gracia con la crisis del 2001.

También hemos analizado en la nota sobre la Colección Monográfico y la entrevista a su editor, Javier Doeyo, que una de las alternativas que encontró el mercado local fue la publicación de álbumes con obras completas. Tendencia que, con algunos cambios lógicos, persiste hasta la actualidad.

Pero la verdad es que la editorial local con mayor relevancia en los noventas fue Perfil con sus licencias para publicar DC en Argentina. Hasta tal punto que todos los que atravesamos esa época nos consideramos, en mayor o menos medida, parte de la “generación Perfil”.

Que en 1991, Perfil (conocida por hacer revistas de chimentos y crucigramas) pudiera vender cuatro títulos mensuales de superhéroes en unas revistas muy finitas y a un precio relativamente alto, era una novedad para el mercado. Que, algunos años después, hubiera duplicado la cantidad de páginas mensuales publicadas y llegara a vender chorrocientos ejemplares del libro de La muerte de Superman, hablaba de un fenómeno digno de mayor análisis. Pero el nuevo boom no se reducía solamente a Perfil porque, paulatinamente, se empezó a desarrollar el circuito de comiquerías que trabajaban con ediciones españolas de Zinco y Forum o directamente con el material en idioma original. Los 90s demostraron en la praxis que había mucho público dispuesto a comprar comic-books de superhéroes. Más, al menos, de los que parecían dispuestos a seguir comprando revistas de antología.

A este mercado editorial que buscaba reconfigurarse para sobrevivir, vino a sumársele otro factor determinante: una camada de nuevos autores jóvenes que ya se habían vuelto fans del comic americano, que admiraban a John Byrne, Frank Miller, Mike Mignola y Simon Bisley y que deseaban expresarse en esta nueva forma de contar historias.
¿Totalmente ajena a nuestra idiosincrasia y nuestra tradición cultural?
Está por verse.

Porque… ¿Qué es un superhéroe?

En tantos años leyendo cómics, presencié, leí y participé tantas veces de esta discusión que ya me tiene un poco saturado. Poseer poderes o habilidades extraordinarias, máscara o traje que lo identifica, luchar contra el mal, tener un nombre de guerra o doble identidad etc. Como ocurre con los géneros literarios, soy partidario de resignarse a un conjunto difuso que no pretenda establecer límites rígidos e inmutables porque los artistas constantemente buscan transgredir esos límites, volviendo nuestras definiciones obsoletas. Lo principal creo que es que se establezca un pacto de lectura entre autor y lector por el que ambos acuerdan que se están moviendo dentro de un género determinado.
Así, algunos consideran que el primer superhéroe argentino fue Patoruzú de Dante Quinterno (lo cual, en rigor, lo convertiría en el primero del mundo porque es anterior a Superman), otros lo postulan a Hijitus de García Ferré, y creo que todos estamos de acuerdo en que Sonoman de Oswal cumple con todas las condiciones del género superheroico. Eso por mencionar solo algunos ejemplos conocidísimos de personajes creados por artistas locales.

Una línea de tiempo

Lo cierto es que hasta los noventas fueron bastante infrecuentes los casos en que se invocara explícitamente el pacto de lectura superheroico. Es más, la mayoría de las veces en que se recurría explícitamente a las convenciones del género en las revistas de antología, se trataba de una parodia que buscaba burlarse de ellas. Algunos ejemplos que me vienen a la mente sin complicarme mucho podrían ser Sperman de Fontanarrosa, Hipernono de Tabaré, Super Trago de Llansó, El Hombre Latex de Rep, Ratman de Puketti-Viera-Fried o El Escupitajo de Spósito.

Tampoco el formato de revistita finita engrampada con pocas (generalmente una sola) historias de pocos (generalmente uno solo) títulos era totalmente novedoso en los noventas. Ya sea en forma autónoma o como suplemento de diarios, se había visto y volvería a verse muchas veces, pero en ese momento, explotaron muchos proyectos que apostaban por esta combinación del género y el formato típicos del mercado americano. Tantos fueron los proyectos que resulta difícil analizarlos sin una herramienta teórica que permita su clasificación.

Un superhéroe en Argentina pero ¿Cuál?

Desde la década del ochenta, el género superheroico estaba atravesando una crisis dentro de los propios USA. Los mismos autores que trabajaban en el mercado gringo estaban cuestionándose las convenciones y tópicos que venían arrastrando desde hacía décadas, y realizando un trabajo de deconstrucción profunda.
No es mi intención acá realizar un análisis exhaustivo del comic americano de los noventas así que me limitaré a señalar solo tres vertientes claramente reconocibles con la que la industria buscó superar el punto de quiebre de los ochentas:

– Alejarse un poco del género y buscar un espacio de experimentación que fuera más allá de los musculosos en pijamas. Esta va a ser principalmente la propuesta del sello Vertigo: no renuncia a los superhéroes pero se da permiso para jugar con temas y formas de narrar que le aporten calidad y diversidad. Ponerle más magia, más terror o más policial. Fuera de Vertigo, tal vez el ejemplo más exitoso sea el universo de Hellboy.

– Exacerbar la oscuridad, violencia y ambigüedad moral que Miller y Moore habían introducido en la década anterior y confiar en que eso sea suficiente para vender muchas revistas. Esto va a ocurrir en muchísimos títulos y editoriales pero lo identificamos principalmente con lo peor de Image.

– Dar una vuelta de tuerca que permita una salida hacia el lado del humor. En esta corriente, brilla el nombre de Keith Giffen que saca de la galera genialidades que van desde convertir a la Liga de la Justicia en un título humorístico hasta crear la parodia del mercenario violento por excelencia que es Lobo.

Esto permite suponer que la irrupción de los superhéroes argentinos de los noventa va a resultar un fenómeno bastante complejo porque los autores que la llevarán adelante pueden nutrirse en mayor o menor medida tanto de los estereotipos clásicos de la golden y la silver age como de cualquiera de las tres corrientes que describimos.

Un superhéroe en Argentina pero ¿Cómo?

Otro factor a tener en cuenta es que los superhéroes (como la ciencia ficción, el policial, la tragedia clásica o cualquier otro género) guardan una relación estrecha con el contexto histórico, político y social en el que surgen. Por eso se pueden analizar los factores que determinan la aparición y la decadencia de determinados formas de expresión… Habrán notado que se escriben cada vez menos cantares de gesta. ¿No? Ocurre que recrear un género en un contexto social y un momento histórico diferente de aquel en que surgió siempre tiene sus complicaciones y muchas veces, resulta una receta para el fracaso porque implica forzar totalmente sus elementos constitutivos.

Más o menos, así funcionaría la clasificación que propongo

No obstante, las estéticas y géneros trascienden las fronteras (históricas y geográficas) permanentemente. Pedro Luis Barcia, quien fuera presidente de la Academia Argentina de Letras, decía que en esos casos podían darse dos procesos: trasplantar el producto cultural o adaptarlo.
Trasplantarlo sería tratar de mantener la mayoría de los elementos característicos intactos para no forzar el verosímil del género. Es como cuando un autor argentino escribe un policial negro pero lo protagoniza un detective de Nueva York como hacen Muñoz y Sampayo con Alack Sinner. Adaptarlo, en cambio, implicaría introducir elementos que lo hagan funcionar dentro del nuevo contexto. Siguiendo el ejemplo del policial negro: como en Argentina, un detective privado queda medio forzado, el protagonista puede ser un comisario como Laurenzi de Rodolfo Walsh o Evaristo de Sampayo y Solano López.
Aclaremos que en ambos casos, la obra va a resultar igualmente argentina porque argentina es la formación, la sensibilidad y la visión del mundo que le aportan sus autores. O, como decía Borges en “El escritor argentino y la tradición”:

”Porque o ser argentino es una fatalidad y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara.”

Jorge Luis Borges

Y con eso tendríamos una herramienta teórica que permite la clasificación. Ya podemos dejarnos de teorizar y pasar a analizar algunos ejemplos.

“Laucha” de Omar Francia y varios guionistas

Voy a comenzar hablando del caso de Laucha, un cómic que surge en 1996 del taller de Ariel Olivetti con guiones de José Luis Nacci y dibujos del hoy consagradísimo Omar Francia. La aparición del personaje fue bastante irregular ya que en 1997 aparece un nuevo número uno bajo el sello El Ojo Negro Comics (esta vez con guiones de Juan Bobillo) y hay una tercera revista con guion de Emiliano Mariani que apareció sin numeración en el año 2000 con el subtítulo “Monstruos” y el sello editorial Mutant Comics.

Analizando el primer número, nos encontramos con que Laucha es una especie de monstruo mezcla de Vincent (el de la serie “La bella y la bestia”) y el Minotopo de la propaganda de los subtes, que vive en la red de alcantarillado. Hasta ese lugar llega un escuadrón de fuerzas especiales a pedir su ayuda porque estaban tratando de detener los experimentos de un científico malvado pero los descubrieron y medio se le están quemando los papeles. Laucha amenaza con comérselos varias veces pero al final los ayuda porque es buen tipo… o bicho. Eso sí, con los enemigos no tiene consideraciones y les arranca, literalmente, la cabeza con las garras.
Tanto el disparador de la acción como los personajes secundarios o la ambientación, no podrían ser más genéricos. Se supone que están en Buenos Aires pero perfectamente podrían ser las alcantarillas de Nueva York o Gotham.
Ya en el segundo número, los anclajes son un poquito más frecuentes. Sobre todo en forma de puteadas características de nuestra habla local, pero nada que no se pueda traducir y publicar en cualquier otro lugar del mundo.
Quise empezar analizando este título por su carácter excepcional, dado que trasplanta el estereotipo del héroe “dark and gritty” casi totalmente despojado de referencias argentinas.

“Caballero Rojo” de Toni Torres y Mariano Navarro

Esta serie de Toni Torres y Mariano Navarro comenzó a salir en capítulos de ocho páginas en el número 24 de Comiqueando (1996) y pronto obtuvo su propia revista que duró catorce números con el sello Comiqueando Press y tres más como Samizdat Ediciones. Con la crisis de 2001, desapareció totalmente pero en 2007 comenzó la reedición del material original a cargo de Domus que quedó incompleta. Ya en 2019, el equipo original volvió a reunirse para el álbum “Volver” que fue publicado por Capitán Ediciones y que cierra algunas tramas que habían quedado en el tintero cuando se canceló la serie.

Podríamos decir que Caballero Rojo se encuentra en las antípodas de Laucha. Es un héroe bastante clásico y cercano a Spiderman tanto por el tópico de ser un joven normal (tu amigable vecino) como por la filosofía de que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad” que en este caso no heredó del tío Ben sino del abuelo que quedó en silla de ruedas. Incluso hay algún guiño como dejar a los típicos rateritos colgando de una especie de telaraña.

Pero las diferencias entre Laucha y el Caballero no se terminan en la tradición superheroica de la que abreva cada uno sino que además, Torres y Navarro se ocupan de que el personaje se inserte en un contexto argentino desde el minuto cero: su padre fue el luchador enmascarado del mismo nombre que actuaba en “Titanes en el Ring” y su abuelo era amigo del legendario Evaristo Meneses. Claro que también van a aparecer Sui Generis, el Clarín, el obelisco, los políticos mafiosos, los jueces corruptos y todo eso que (al menos supuestamente) caracteriza la argentinidad, pero más allá del telón de fondo, es el propio protagonista el que no puede entenderse sin esas referencias a la cultura popular que lo definen y lo inscriben indefectiblemente dentro de una tradición argentina.
Si no la leyeron, ustedes se estarán preguntando ¿Qué tal funcionó ese experimento tan raro de poner a un superhéroe clásico en un contexto fuertemente porteño? Y tengo que contestarles que funcionó sorprendentemente bien. Toni Torres sabe llevar la acción y engancharnos con la aventura que está contando. Personalmente considero que a veces abusa un poco de esa voz interna del personaje (que constantemente nos pone al tanto de sus dudas y certezas tanto morales como amorosas o existenciales) pero eso también lo hacía Stan Lee y de forma mucho más exagerada. Pero el que la descose es Mariano Navarro. Es evidente que estudio a Byrne hasta incorporar su estilo de una manera tan natural que a veces le sale ¡mejor que a Byrne!
Sin dudas, una serie que podría disfrutar cualquier lector actual. ¡Y eso que no les dije que a partir del cuarto número empiezan a desfilar invitados como Solano López, Horacio Lalia, Eduardo Risso o Quique Alcatena!

“El ojo blindado” de Waccio Zkatter

Si vamos a hablar de superhéroes de los noventa, no puedo dejar de mencionar al que fue mi personaje favorito y mi mayor desilusión. El Ojo Blindado aparece firmada por Waccio Zkatter (supongo de debe pronunciarse “Guacho Eskeiter”), seudónimo de Manuel Gutierrez, quien posteriormente dibujaría números de Nightwing, The Punisher, Daredevil y Namor entre otros. Corría 1997 y los lectores argentinos recibían con entusiasmo el nuevo sello Comic Press que tenía como editor “responsable” a Pablo Muñoz. De a poco aprenderíamos a recibir los proyectos de este empresario con más desconfianza.
El Ojo Blindado es Astor, un pibe que por una maldición india (que no se acaba de aclarar bien) se queda con los ojos blancos y adquiere poderes físicos y mentales extraordinarios. El caso es que esos poderes se activaron el día que (en una situación que tampoco se aclara muy bien) alguien mata a su novia de una forma muy sangrienta. De hecho, él despierta totalmente cubierto con la sangre de ella y termina incriminado en el homicidio. A partir de ahí, él se da cuenta (no sé bien como) que sus poderes se recargan haciendo el amor y va a combatir el crimen con dos bastones igualitos a los de Daredevil. De hecho, aunque el comic está lleno de homenajes y referencias a Batman: Año Uno el personaje se parece más al Daredevil de Miller. Sobre todo con la paliza que cobra en el primer número porque hay que reconocer que nadie recibe golpizas tan bien como Mattt Murdock.

Espectacular el arte de Gutiérrez

Con toda lógica, ustedes podrían preguntarme “¿Por qué es tu personaje favorito si la historia estaba llena de baches?” ¡Y es que la serie dejó de salir antes de completar el primer arco argumental! Y como el origen se iba revelando a través de flashbacks, no solo nos quedamos sin saber algunas cosas del pasado sino que ni siquiera sabemos cómo terminaba la aventura que estábamos leyendo. En el tercer número, Astor, logra rescatar a su chica, recargar sus poderes (tos, tos) y se dispone a ir a salvar a un pibito de la calle amigo suyo que estaba siendo torturado por los esbirros del malo más malo de la serie y…
Nada. No salió nunca más. La gran Muñones.

Pero yo creo que tenía todas las cartas para convertirse en un éxito absoluto. El tono oscuro y violento del Miller de los ochentas acompañado de una espectacularidad gráfica que yo nunca había visto ni volvía a ver en otro comic argentino de superhéroes. ¿Qué digo argentino? Zkatter/Gutierrez le daba sopa en hondas al 99% de los artistas yankees de la época.

Con respecto a la inserción dentro del contexto local, “El Ojo Blindado” está firmemente arraigado. Desde la intertextualidad con la canción de Sumo hasta el origen del personaje que se remonta a los centros clandestinos de detención de la dictadura. Desde Tandil hasta el centro porteño. Y otra vez todo el repertorio que asociamos con la identidad nacional pero ahora un poquito más extremo: Crónica, putas, transas, pibes de la calle, la cana que sirve solamente para reprimir al pueblo, hijos del poder pasados de merca que matan por placer, etc. Estoy empezando a sospechar que no tenemos una imagen muy idealizada de nuestro país.

“Animal Urbano” de Edu Molina, Tato Dabat y Guillermo Grillo

Y si estamos hablando de víctimas del terrorismo de estado y de representar a la sociedad argentina como la peor de las porquerías, no podemos dejar de mencionar a otro clásico de los noventas: Animal Urbano fue torturado y arrojado al río como tantos desaparecidos de la dictadura pero su cuerpo sobrevivió y mutó adquiriendo fuerza sobrehumana pero perdiendo casi todo su vocabulario e inhibiciones lo que lo lleva a hablar muy poco y andar todo el día con la chota al aire.
La trayectoria de este personaje está ligada a la que creo fue la primera editorial que se propuso publicar superhéroes locales: Furor Historietas de Sanyú. En 1991 bajo ese sello, se publicó una revista con el asombroso título de Tr3s Historias que incluía “Sombramutante” y “Shamana”, ambas de Jorge Lucas y el propio Sanyú, y “El Imposible Voltacto” de Sol Rac. Y no pienso decir ni una palabra más de ninguna de las tres. Dejémoslas encontrar la paz en el olvido.
La que sí alcanzó cierta repercusión fue, entonces, Animal Urbano que comenzó su andadura en 1993 con cuatro números dentro de Furor, doce con el sello de Imaginador y diez más como Animal Comics hasta que (como tantos otros títulos) desapareció definitivamente en 2001 dejando una saga inconclusa. Por suerte en 2006, Domus rescató al personaje permitiendo completar el último arco argumental con el tomo “Asunto sucio”.

El primer estilo de Edu Molina, fuertemente influenciado por Breccia y Miller

Los primeros dos números de Animal tienen una calidad digna de un fanzine. Edu Molina está muy verde todavía, su trazo es estático y demasiado desprolijo si se tiene en cuenta que el papel y la impresión de la revista no ayudan ni un poco. Los guiones de Tato Dabat, en tanto, apenas trascienden la anécdota en la que el héroe castiga violentamente al malvado de turno. La cuestión es que Edu evoluciona, crece y mejora visiblemente de un número a otro y para la tercera entrega, cuando Guillermo Grillo se haga cargo de los guiones, se establecerá la dupla que lleve al personaje a su consagración.
Con respecto a la ambientación, a veces se presentan nombres de fantasía para las locaciones como “Ciudad de los Extremos” o “Villa Palito” pero esta es la historieta que más indisolublemente se encuentra ligada a la Argentina porque más allá de las referencias explícitas a la dictadura o algún cartel de campaña de Menem, acá lo que mueve al personaje es el conflicto social de los noventas. La marginalidad, la exclusión y la miseria a la que son empujadas miles de personas en las villas son el motor dramático de la acción. Sin eso, la obra ni siquiera se entiende.

“Megaman” de Fernando Calvi

Para 1996, el éxito de Cazador llevó a Ediciones de La Urraca a ampliar su catálogo de comic-books con dos títulos: La antología Cazador Comix y Megaman, un personaje que había aparecido unos meses antes en la Comiqueando. Lamentablemente, los intentos de la editorial nunca lograron replicar el éxito del Cazita y el comic de Megaman duró solo tres números.

El personaje se inscribe dentro de la tradición más clásica del género y es el que parece enlazar de forma más explícita con la golden age. Tiene elementos que remiten a Superman pero más a Shazam (diciendo una palabra clave, un alfeñique de 44 kilos se transforma en el ser más poderoso del planeta) y hasta a Green Lantern (sus poderes le fueron concedidos por unos guardianes cósmicos que necesitaban tener un campeón en La Tierra).
El tono es paródico pero muy respetuoso del material original y habilita una reflexión muy interesante sobre la metatextualidad. Como bien demostró Borges (sí, hoy estoy borgeano) en “Pierre Menard, autor de El Quijote” decir las mismas cosas en dos momentos históricos diferentes, genera lecturas totalmente distintas. Cuando en Megaman vemos la silueta del gigantesco monstruo recortada sobre la altura de los edificios, leemos al narrador en tercera persona que en abundantes cartuchos nos guía a través del relato o escuchamos a héroes y villanos soltar frases épicas y rimbombantes, la cosa más que a Superman nos recuerda a Las Chicas Superpoderosas, pero si fuera posible que un niño de la década del cuarenta lo leyera, probablemente no lo consideraría un texto paródico.
Fiel a esa estética clásica, la acción se ambienta en la ciudad ficticia de Rayo City donde los habitantes son temerosos de Dios y respetuosos de las leyes. Así que nada de color local.

En 2019, Buengusto Ediciones publicó Megaman: Roto que representa el reencuentro del groso de Fernando Calvi con su antiguo personaje pero esto excede los límites cronológicos de este artículo. Seguramente lo reseñemos en algún momento.

“Bruno Helmet” de Fernando Calvi

Y ya que estamos hablando de Calvi, vale la pena recordar su otra creación noventera. En abril de 1998 apareció un tomo de 48 páginas a color en la editorial Buena Letra que fue un sello que inventó Andrés Cascioli cuando La Urraca ya estaba en serios problemas financieros. Unos meses después aparecen algunos capítulos en Comiqueando (en blanco y negro y con un estilo muy diferente al primer volumen) a los que siguieron dos comic-books publicados por Comiqueando Press en 1999.

Bruno era un sicario que, con sus malos tratos, causó el suicidio de Selene, su único amor. A partir de ahí un ángel bastante forro (onda Gabriel en Hellblazer) le propone un trato: el asesino sigue asesinando pero ahora bajo las órdenes de este misterioso ser celestial y a cambio, el alma de la joven es preservada de las llamas del infierno. La acción transcurre en una Buenos Aires en la que llueven palomas muertas y los enemigos a los que el protagonista enfrentará van desde una copia del infame represor Emilio Massera (acá llamado Max Zero), viejos nazis poseídos por demonios y hasta el mismísimo Mandinga.
La clasificamos como de vertiente vertiguesca con ambientación local.

“Cazador” de Jorge Lucas, Ariel Olivetti, Mauro Cascioli y Claudio Ramírez

Y sí… no se podía terminar la nota sin hablar del Cazador, el título más exitoso e influyente del género en ese periodo. Si bien el personaje se basa en una creación anterior de Jorge Lucas, su éxito comienza con la conformación del tandem clásico y la publicación dentro de Ediciones de La Urraca. Eso ocurrió a fines de 1992 y el éxito no fue instantáneo. De hecho, para octubre de 1994, solo se habían publicado los siete números en blanco y negro y las historias cortas publicadas en los primeros números de Comiqueando.

En 1995, con la transformación al formato color, comienza un verdadero fenómeno de ventas que obliga a reeditar los primeros comics y publicar el primer El Libro del Cazador donde se vuelve a narrar (de forma un poquito más coherente) el origen del personaje y su enfrentamiento con Melkor. La serie original llegó hasta el número 65 en 1999 pero para ese entonces, La Urraca ya había ingresado en la etapa terminal de su crisis financiera y no podía afrontar la gran deuda que tenía con los autores que decidieron suspender la producción de material.

Cazita en todo su brutal esplendor

En el mismo año, Lucas intenta continuar la publicación en A4 Editora (uno de los sellos de Doeyo) pero como los derechos sobre el personaje los tiene Cascioli, el título de la revista es El Die, la sátira de Maradona que aparecía habitualmente en la serie principal. Apenas unos meses después, Mauro Cascioli retoma el título de Cazador en editorial Perfil pero la crisis del 2001 se lleva puestos estos dos intentos de reflotar al personaje junto con el resto de la industria de la historieta argentina.
Ya en 2010, Deux comienza la reedición del material original bajo el título de Biblioteka Cazador que alcanza los nueve tomos. Simultáneamente, se producen nuevas historias muy cortas que se publican en la revista de antología Deux. La historieta del mundo.

Y creo que eso es todo o casi todo.

En este punto se vuelve necesario confesar que nunca me gustó Cazador para que quede claro que todo lo que diré a continuación está filtrado por esa subjetividad.

El apartado visual es sumamente ecléctico (piensen que en cada número participaban tres o cuatro dibujantes) y va desde un estilo superheroico fuertemente estilizado hasta la deformidad anatómica más grotesca. Se nota que los autores se divertían y parte de la diversión consistía en homenajear constantemente a sus autores y comics favoritos entre los que destacan Lobo, Slaine o Judge Dreed de Simon Bisley; The Maxx de Sam Kieth y Hellboy de Mike Mignola. El tema es que todo esto es visto desde una intención paródica por lo que suele imprimírsele un nivel de caricaturización o exageración al dibujo. Esto genera un caso muy raro porque en las obras de Simon Bisley ya hay una exageración paródica, mientras que en el estilo de Sam Kieth ya hay una deformación caricaturesca. Todo esto se potencia en Cazador que a veces se vuelve a veces la parodia de una parodia y a veces la caricatura de una caricatura.

Todo esto, formalmente puede ser interesante y (sobre todo desde que Renato Cascioli se hizo cargo del color y los efectos digitales) alcanzó algunos momentos de una espectacularidad visual que no podía compararse con ninguna otra publicación de la época.

Lo que me parecen insalvables son los “guiones”. Lo pongo entre comillas porque nunca tuvieron un guionista y cada dibujante trabajaba sobre un esqueleto argumental bastante flexible. Las historias eran totalmente superficiales, decadentes, y todo el tiempo se regodeaban en el mal gusto, la violencia el sexo y la vulgaridad. Y, aunque parezca lo contrario, no lo estoy diciendo como una crítica porque todo esto es perfectamente válido en la comedia. Hay una sola cosa que la comedia no puede permitirse y es no resultar graciosa… y a mí Cazador no me causa gracia. Podrán decirme: “Es que está pensada para un lector de quince años” pero cuando empezó a salir, yo tenía esa edad y tampoco me hacía reír.

¿Es Cazador la expresión más acabada de la decadencia estética, moral e intelectual de la sociedad argentina de los noventas o, por el contrario, es una sátira y, por lo tanto, una crítica a ese contexto? Creo que hay un poco de cada cosa y eso explica que la serie tenga tanto defensores como detractores acérrimos. Lo que no podemos hacer es soslayar el tremendo fenómeno que representó para el panorama de la historieta argentina.
Dado su aspecto satírico, esta es la obra de todas las que analizamos que más ineludiblemente se encuentra atada al contexto local. No son solamente las puteadas omnipresentes o las referencias a Boca o Racing sino que la presencia constante de personajes de la farándula y la política nacional la hacen prácticamente imposible de disfrutar para el lector extranjero.

Consideraciones finales y límites del modelo de análisis

Considero que la herramienta teórica permitió clasificar todos los títulos reseñados con bastante eficacia. Soy consciente de que para incluir a Cybersix hubiera tenido que forzar mucho la cosa porque no es fácilmente asimilable a ningún modelo superheroico yankee. No es este, no obstante, el motivo por el que no reseñé los títulos que faltan y quería aclarar los motivos:

La extensión de la nota ya me parece exagerada.

De “Sombra Mutante”, “Shamana” y “Voltacto” se publicaron apenas un puñado de páginas que nunca tuvieron continuidad.

De Cybersix hablamos recientemente y lo pueden leer acá mismo.

Mikilo tiene en marcha una reedición integral a cargo de Comic.Ar que cuando termine de salir, seguramente, reseñaremos.

La reedición completa de Elvisman está anunciada como el primer libro del regreso editorial de Llanto de Mudo. Le deseamos muchísimo éxito y seguramente, también tendrá su propia reseña en cuanto lo tengamos en nuestras manos.

Facundo Vazquez

Profe de literatura proveniente del conurbano profundo. Ama la historieta, su historia y es nuestro embajador en Croacia.

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