“Los Centinelas” de Xavier Dorison y Enrique Breccia
Los Centinelas (Les sentinelles) es una serie de álbumes de retro ciencia ficción (no me meto en si es steam-punk o diesel-punk), escritos por Xavier Dorison y dibujados por Enrique Breccia. Guy Delcourt Productions comenzó su publicación en 2009, hasta ahora yo he leído cuatro tomos publicados por Norma Editorial y, aunque estaba anunciado un quinto, ya no creo que salgan más porque el último salió en 2016.
Aunque…
Este año, la francesa Canal+ anunció que, tras ocho años de producción, está lista la adaptación televisiva y, tal vez, para cuando se publiquen estas líneas ya la puedan ver.
Según declaran los productores en las entrevistas que han concedido, lo que los entusiasmó de la historia fue la posibilidad de realizar una gran producción, con todos los elementos de la ciencia ficción pero una impronta fuertemente arraigada en la historia y la cultura francesa.
¿Repetirá el éxito mundial de la adaptación de nuestro El Eternauta? ¿Podría motivar ese éxito la producción de nuevos álbumes?
No lo sé.
Por lo pronto, voy a hablarles de las historietas que (como pueden deducir con solo leer el nombre de Enrique) es mucho y muy bueno lo que hay para decir al respecto.
La cosecha de hierro
Como toda obra retro-futurista, el pacto ficcional consiste en introducir en un momento histórico conocido ciertos avances técnicos que en nuestra realidad no existieron. Este primer álbum cumple esa función al presentarnos esos elementos clave desde las primeras páginas:
En un flashback vemos que 1911, el coronel Mirreau y el profesor Kropp crearon un batallón de súper soldados para intervenir en el conflicto colonial de Marruecos. El cuerpo de centinelas se compone de soldados que sufrieron amputaciones por sus heridas de guerra cuyos miembros perdidos son reemplazados por prótesis metálicas y un blindaje de casi dos toneladas que solo pueden mover gracias a unas baterías eléctricas y el uso del Dexinal, una droga que potencia su fuerza.
Los centinelas tienen una fuerza, velocidad y resistencia enorme y son virtualmente invulnerables a las armas convencionales. El problema es que las baterías eléctricas suelen fallar y, cuando eso ocurre, el soldado queda totalmente incapacitado para moverse, aplastado por su propio peso. En ese caso, para evitar que la nueva tecnología salga a la luz, el centinela tiene que ser totalmente destruido mediante una explosión.
Y ese fue el destino de cada miembro del primer escuadrón de centinelas. Todos caídos en batalla. Todos borrados de la faz de la tierra en una enorme explosión. El experimento fue considerado un fracaso vergonzoso y ocultado por el ejército francés.

Pero… llegamos a 1914, el archiduque Francisco Fernando fue asesinado en un atentado lo que brinda la excusa para que todas las potencias imperialistas europeas se levanten en armas una vez más para disputarse la expoliación del resto del mundo. Además, otro científico, Gabriel Feraud, ha desarrollado una revolucionaria batería de radio, mucho más portátil, liviana y eficiente que las baterías eléctricas.
¿La inminencia de la Primera Guerra Mundial y la nueva tecnología será suficiente para convencer al estado mayor francés de reactivar el proyecto de centinelas?
Evidentemente, sí. Si no, no habría tes álbumes más.
Pero incluso con toda esta información que transmitirle al lector, esta primera entrega se las arregla para ser mucho más, desarrollando a los diferentes personajes y sus motivaciones, lo que le confiere profundidad a la historia y permite abrir las tramas secundarias. Nos plantea el conflicto moral de Feraud ante la posibilidad de darle un uso militar a su descubrimiento, el amor de su esposa y, particularmente, introduce a uno de los mejores personajes de la serie: el ambiguo Djibouti, un adicto al Dexinal que se cargó a los centinelas caídos del primer escuadrón.
Y más cosas que no detallo para no incurrir en spoilers innecesarios.
La Marne
Con las bases del universo ficcional, el protagonista (que recibirá el nombre clave de Cortahierro para ocultar su verdadera identidad) y el elenco de secundarios asentados, esta segunda entrega marca el rumbo que va a seguir la serie en adelante: Hacer intervenir a nuestros personajes en algunos de los acontecimientos fundamentales de la Primera Guerra.
En este caso, la Batalla de Marne.
Es sabido que el plan de guerra de Alemania consistía en un avance arrollador de tropas que permitiera la derrota del ejercito anglo-francés y la ocupación de Francia en cuarenta días. ¿Cómo se pasó de eso a una guerra de trincheras con posiciones casi fijas durante cuatro años. Tal vez la explicación esté en Marne o, como lo llamaron los franceses: El Milagro de Marne.
Porque al principio, los alemanes pudieron llevar su plan adelante y tras un mes de avance, habían llegado situar sus tropas a apenas 40Km de París.

En este punto comienza el segundo volumen de Los Centinelas, con un aviador francés realizando un vuelo de reconocimiento en el que descubre la debilidad del flanco derecho prusiano y toma las fotos que le permitirían a los franceses tener, por fin, la oportunidad de contraatacar.
El avión es derribado en territorio ocupado y la misión de nuestro Robocop francés y su grupo de valientes patriotas será recuperar las fotos para convencer al estado mayor de realizar el ataque.
Tanto en la realidad como en la ficción, el ataque se produce causando la retirada del ejército alemán y más de medio millón de muertes en apenas una semana de combate.
Tras pérdidas humanas tan brutales, ambos ejércitos quedan demasiado debilitados para proseguir la ofensiva y se cambia la estrategia a la guerra de trincheras que fue la predominante durante el resto del conflicto.
Dorison sabe jugar con las reglas de la ficción histórica y la ucronía haciendo que los personajes sean centrales para un acontecimiento de la máxima relevancia (algunos historiadores consideran a La Marne como la batalla terrestre más importante del Siglo XX) pero sin intervenir en él directamente.
Ypres
Tras la entrega anterior de la serie, nos encontramos con el comienzo de la desgastante y moralmente devastadora guerra de trincheras. Jornadas eternas en espacios claustrofóbicos, con ataques periódicos que se cobran miles de vidas sin que las posiciones de los ejércitos se modifiquen siquiera unos metros.
En esa situación infernal, se vuelve fundamental la carrera armamentística y cualquier promesa de una nueva arma que pueda inclinar la balanza de este empate técnico será recibida con entusiasmo por las cúpulas militares.
Así que la siguiente parada en este tour por la Primera Guerra es la batalla de Ypres. O mejor dicho, la segunda de las cuatro que se pelearon en esa localidad belga.
Según recoge la historia, esta fue la primera ocasión en la que un ejército utilizó armas químicas y se trató de los famosos vapores de cloro que los alemanes lanzaron sobre tropas francesas, belgas, británicas y canadienses, causando cerca de 70.000 muertos y, sobre todo, el terror ante la nueva amenaza mortal.
En nuestro universo ficcional, además, la carrera armamentística seguirá su propio derrotero: Los franceses convierten a Clermont (el aristocrático aviador del álbum anterior) en una especie de Rocketeer que se suma a la fuerza de Centinelas. Por su parte, los alemanes crearán la primera respuesta a los centinelas: el Übermensch, un traje blindado y hermético dentro del cual, el usuario respira Dexinal las veinticuatro horas del día.
Sí… una especie de Bane.

Este tomo refuerza algunos de las dilemas más interesantes de los anteriores. El principal es si resulta posible que exista el honor en la guerra o todos acaban convertidos en monstruos.
Las armas químicas son vistas como el ejemplo de la pérdida de ese honor, pero ¿acaso los centinelas no son también una aberración monstruosa diseñada para matar?
En ese sentido, la confrontación entre Cortahierro y su contrapartida germana va mucho más allá del combate singular en el que se enfrentan.
Los Dardanelos
La batalla de Los Dardanelos (o batalla de Galípoli) apuntaba al objetivo central de ganar ese punto estratégico que conecta el Egeo con el Mar Negro. En poder de los turcos, permitía la circulación de tropas, armas e insumos entre Alemania y los imperios Austro-Húngaro y Otomano. Si franceses y británicos lograban tomarlo, permitiría reforzar el frente ruso.
Mover la acción del frente europeo permite tener una mejor perspectiva de la dimensión “mundial” del conflicto (como, brillantemente, hizo Hugo Pratt en Los Escorpiones del Desierto). Acá vemos combatir a los ejércitos coloniales canadienses, neozelandeses y australianos, y también se llega a mostrar como la gran guerra era aprovechada localmente para disimular otras atrocidades, como la masacre del pueblo armenio a manos de los turcos.
En lo que respecta al desarrollo de la historieta en sí, otro científico alemán crea otro traje de supersoldado con dos lanzallamas aunque en este caso será portado por un exlegionario turco. Nombre clave: Cimitarra.
Si bien la propuesta no es demasiado original, sirve para problematizar el choque de culturas. ¿Qué tenían en común los turcos y los alemanes además de ser aliados circunstanciales en esa guerra?
Por otro lado, se profundiza en temas que ya se habían propuesto en tomos anteriores. El tomo transmite de manera muy cruda que el horror de la guerra no está solamente en la balas enemigas. El fallido desembarco en los Dardanelos deja a las tropas australianas abandonadas en una playa, sin posibilidad de retirada, sin provisiones suficientes y rodeados por decenas de miles de cadáveres en descomposición que, rápidamente, se convierten en un caldo de cultivo de enfermedades de todo tipo.

También se agradece que los autores hayan decidido hacer participar a los protagonistas de lo que fue una derrota aliada, para romper un poco la racha de triunfos de las entregas anteriores.
Porque, aunque la prensa haya intentado mostrarlo de otra forma y el propio Churchill dijera que se trató de una maniobra de distracción, lo cierto es que, tras meses de combates y medio millón de muertos entre los dos bandos, las fuerzas aliadas evacuaron la zona sin haber cumplido el objetivo militar.
Mis dos centavos
A veces desearíamos que Dorison no escribiera tanto para dejarnos más lugar a disfrutar del dibujo de Enrique pero sabemos que esa es una característica del mercado francés. Como también sabemos que cada vez que Breccia tenga un poquito de espacio, va a sacar a brillar su magia y nos va a dejar a todos con la boca abierta.
Aunque en nuestra entrevista el artista expresó que considera a Los Centinelas una obra menor dentro de su producción, personalmente encuentro muchas cosas a destacar:
Una es el espectacular diseño de los protagonistas y los antagonistas. Otra es la escenificación de las grandes batallas, llenas de acción y extras con sus uniformes, armas y vehículos correspondientes. Otra más es lo explícito que resulta el dibujo a la hora de retratar la violencia y el horror de la guerra sin la estilización y el cuidado estético al que los lectores estamos acostumbrados.
Ciertamente, ese nivel de gore se nota principalmente en el primer tomo y después baja un cambio. Lo mismo puede decirse del color que, en las primeras entregas resultaba algo más saturado y estridente y en las últimas trabaja con un registro más amplio, permitiéndose acompañar escenas más tranquilas, mientras reserva el impacto cromático para los momentos más épicos.
Enrique, además integra a la narración partes de guerra, noticias del diario y fotografías de la época, convirtiéndolas en viñetas totalmente funcionales. Todo lo cual demuestra que un artista de semejante talla puede salir de su zona de confort y brindar igualmente una obra de altísima calidad.
En resumen: una apuesta original e interesante que se anima a mezclar ficción histórica, ciencia ficción, ucronía y superhéroes pero siempre entendiendo que un superhéroe francés ni puede ni debe parecerse a los superhéroes yankees.